A LA SOMBRA DE MI VIDA – el libro de Florence Cassez dirigido a los Mexicanos : extractos exclusivos

Fuente REPORTE INDIGO: http://www.reportebrainmedia.com/lodehoy/lee-tres-capitulos-en-excl

9 de diciembre de 2005

El sol salió hace ya varias horas. Es el segundo día de mi pesadilla. Hace menos de un día que todo esto empezó, que me quitaron mi vida al grado que ya ni siquiera sé si todavía tengo mi empleo en el hotel o si alguien me está buscando.

Cuando bajo del coche para entrar a las oficinas de la SIEDO, las cámaras todavía están ahí. Estoy esposada, me maltratan, es como si fuera otra persona: una criminal, tratada a la mexicana, con la brutalidad y el caos que comparten la Policía y los periodistas.

Estamos en el corazón de la Ciudad de México, donde, como todas las mañanas, la relativa calma de la noche se esfuma de repente por los sonidos de los cláxones, los gritos y las estridentes sirenas.

Es una ciudad de locuras y colores donde me sentí a gusto enseguida, porque aquí hay una libertad que te hace creer que todo es posible, que uno puede tener un lugar con poco trabajo. Mientras bajamos del coche de la AFI para entrar en el enorme edificio de la SIEDO, miro a la gente que, apresurada, se dirige hacia su trabajo o se ocupa de sus quehaceres cotidianos sin notar lo que está pasando, sin siquiera voltear.

Si supieran cuánto quisiera estar en su lugar. ¡Hasta de los que se dirigen a una junta tediosa, que tienen una reunión desagradable o que tienen miedo de que les grite su jefe!

Me duelen los pies, estoy cansada, tengo frío y, sobre todo, tengo miedo. Por lo menos, no me van a matar. Ahora hay gente y me doy cuenta de que eso me tranquiliza un poco. La idea de que pudiesen haber hecho conmigo lo que quisieran, y que sin duda nadie se hubiera enterado, no me abandonó en toda la noche. Y, sin querer admitirlo, pensé en lo peor. Es como si hubiera luchado por enterrar esa idea terrorífica y que resurgía ahora que estoy más tranquila: no me van a matar.

Nunca me sentí tan lejos de mi hogar. Ni cuando comprendí que todo se había arruinado con Sebastien, ni con el arquitecto loco que tiraba a la cabeza de sus empleados todo lo que tenía cerca. Siempre creí en mí, siempre supe que tenía mi lugar en México. Pero ahora todo se me escapa, quisiera volver a mi casa. Estoy esposada, me empujan, se burlan de mí, siento que no valgo nada para los que están aquí.

La puerta de una oficina oscura se cierra, estoy con tres policías que me sentaron brutalmente en una silla de metal. Y empieza de nuevo. Me hacen una vez más las mismas preguntas, siempre para saber lo que estaba haciendo ahí, por qué habíamos secuestrado a esas personas, cuánto nos pagaban, quiénes son nuestros cómplices y dónde están…

Ya no puedo más. Quiero decirles de nuevo que no sabía nada, que no entiendo nada de todo esto, que soy inocente, pero no lo puedo evitar… grito.

Me altero, me enfado, un enfado que no controlo, que sale al mismo tiempo que mis lágrimas. Y quiero levantarme de la silla, pero unas manos firmes me sostienen y me mantienen sentada.

Pierdo la voz, estoy tan desconcertada que no puedo seguir, ¡les provoco risa! Se ríen y se burlan, me doy cuenta de que para ellos soy culpable y que van a esperar todo el tiempo necesario para que les diga lo que quieren oír.

Ya no son los policías de la camioneta o los del coche, que me hablaban suavemente. Me doy cuenta de que son hombres más importantes. Hablan con más seguridad, con arrogancia, mirándome a los ojos para hacerme entender que ellos mandan, que no soy nada en esta habitación lúgubre. Y cuando llegan otros tres tipos para reemplazarlos una hora más tarde, es lo mismo. Me hablan como a una delincuente, y eso me paraliza.

– Entonces, al parecer, te gusta el café… Al parecer, te gustan los gatos…

No sé de dónde sacan eso, pero el tono que están usando no me gusta nada. Quieren hacerme comprender algo, pero no estoy en condiciones. Solo sé que me siento muy pequeña, perdida en medio de un sistema policial que no tiene buena reputación y que puede aplastarme a su antojo sin que yo pueda hacer nada. Y ya nadie muestra la mínima voluntad de querer ayudarme o, al menos, de ser amable.

– ¿Sabes?, puedes hablar. Israel lo confesó todo. Dijo que estabas con él, que él secuestró a esas personas y a otras y que tú lo ayudabas. Sabemos que eres culpable, y él nos lo confirma.

¡No puedo creerlo! Es más, no lo creo. ¿Por qué inventaría Israel todo eso? ¿Por qué contar cosas así? Porque lo golpearon, obviamente. Lo vi en muy mal estado. Sin embargo, no dudo ni un segundo. No les pudo haber dicho a estos tipos que secuestré a esa gente, no tiene sentido.

Sin duda, para dejarme darle vueltas a todo eso, me dejan sola un momento. Pero si creen que puedo pensar, ¡se equivocan! Me siento desarticulada, completamente abrumada por esta historia que me supera, y solo intuyo que todo esto se está volviendo más grave, que, a ojos de la Policía más poderosa del país, soy una criminal y que, sin duda, pasaré momentos muy duros. Terminarán por darse cuenta de su error, de eso no tengo duda, pero mientras tanto, ¿qué pasará conmigo?

Empiezo a hacerme una idea de lo que vendrá. Para empezar, en todos los pisos donde estuve, me hicieron pasar de un “cubo” a otro, especies de celdas con paredes metálicas, frías, sucias, inquietantes. Llega un médico. Pienso que es un médico porque lleva puesta una bata blanca. No se presenta, no me explica lo que me va a hacer, pero me da órdenes: “Desvístete”, “Date la vuelta”, “Vístete”…

Y ahora son jóvenes los que vienen, no sé qué hacen aquí. Parecen estudiantes, pero, ¿por qué pueden hacerme tantas preguntas sobre lo que hago, con quién vivo, cómo era mi vida? Son arrogantes, no entiendo y de todas maneras tengo la impresión de que no me escuchan. Solo están allí para gritarme, sigo sin comprender.

Creo que ya es de tarde. El hombre fuerte de bigotes que me había golpeado en el rancho está de vuelta. Es él quien me da más miedo. Y, sin embargo, esta vez está muy calmado, sentado en el escritorio, esbozando una pequeña sonrisa. Parece estar contento por lo que está pasando, y siento que no es nada bueno para mí. Me pregunta si conozco a Eduardo Margolis. ¿Qué debo contestarle? Claro que lo conozco, pero tiene tal reputación, que no sé si debo decir que lo conozco.

Una vez más, no tengo mucho tiempo para contestar. Los tres se ríen, se dicen cosas que no escucho y de repente se vuelven agresivos:

– ¡Te va a chingar Margolis!

Siento nuevamente un malestar. Como la noche anterior, quizás, cuando tenía miedo de morir. Pienso en lo que me había contado Sebastien sobre las amenazas de muerte contra él y sus dos hijos cuando se peleó definitivamente con su antiguo socio. Me acuerdo que Sebastien lo había tomado muy en serio, había tenido mucho miedo.

En la mesa, frente a mí, uno de los hombres tira tarjetas de presentación de cuando trabajaba para Sebastien. Llevan mi nombre, claro, y el logo de la empresa de material médico que tenía mi hermano con Eduardo Margolis.

En esos tiempos, Sebastien no desconfiaba. El otro había puesto dinero y parecía que los dos creían en su negocio. Pero conforme Sebastien fue conociendo a Margolis, se fue asustando. La imagen que se fue haciendo de ese tipo de mirada sombría rápidamente se fue deteriorando. Tenía relaciones ambiguas con la policía, y no lo ocultaba.

Un aire de corrupción flotaba en medio de todo eso y de sus otras actividades, de las cuales hablaba cada vez más abiertamente: protección de personalidades, blindaje de coches y también un negocio que se dedicaba justamente a la resolución de secuestros.

Decía que trabajaba con la Policía, pero eso aquí no significa mucho. En México todo el mundo sabe que hay policías que son cómplices de las pandillas para el tráfico de drogas o los secuestros. Ni siquiera nos sorprendimos cuando nos contaron que ellos mismos secuestran para hacer funcionar sus negocios.

Ahí fue cuando Sebastien se asustó. Margolis se reía, sin que supiéramos si era por lo increíble de la mentira o porque sentía que no lo podían tocar. Lo rodeaban muchas personas con facha de maleantes y eso le daba un aire de omnipotencia que él alimentaba de vez en cuando, jactándose de tener los favores de hombres de poder.

Cuando Sebastien quiso retirarse del negocio, todo se vino abajo. Margolis nunca quiso pagarle las acciones que le quería ceder. Al contrario, presionó a mi hermano para que firmara sin ninguna remuneración, y Sebastien terminó como en una mala película: su vida podrida por el miedo, aun cuando rechazaba la idea de que abusaran de él.

Puso una demanda, pero el expediente nunca avanzó. Le decían que el Ministerio Público había cambiado, que había que empezar de cero. Se burlaban de él, a veces abiertamente. Unos meses más tarde, le llegaron a decir que su expediente se había perdido.

En cambio, la demanda que interpuso Margolis contra él por robo y abuso de confianza nunca se perdió. Testigos falsos contaron historias fantasiosas, presentaron facturas falsas y la policía llevó a cabo pesquisas totalmente ilegales. Más tarde, cerraron el negocio de mi hermano. Sin explicaciones. Podían hacer lo que quisieran, todo el mundo lo veía como si fuera normal.

Pero lo peor ocurrió a finales de 2004. Un día de diciembre, Lolany recibió una llamada de Margolis, quien los amenazó de muerte y también de secuestrar a sus dos hijos que en ese entonces tenían cuatro y cinco años.

Creo que fue la gota que derramó el vaso para Sebastien. Comprendió que estaba en un mundo donde no tenía nada qué hacer. Demasiada violencia, demasiada corrupción. No podía enfrentarse a un tipo como Margolis.

Y ese hombre venía ahora a meterse a mi pesadilla.

– No tienes ninguna oportunidad. ¡Te va a chingar Margolis!

Esas palabras me dejaron helada. Comprendí que habían encontrado esa tarjeta de presentación en mi departamento. Habían tomado mis llaves en el momento de nuestro arresto el día anterior, fueron a buscar, seguramente les di mi dirección. Pienso en Sebastien, en los niños. En las amenazas de muerte.

Me llevan de nuevo al sótano. Esta vez es peor, un agujero lleno de ratas. Es un pasillo largo con pequeñas celdas apestosas, tres muros y una pared de vidrio. Hay dos camas de concreto y baños a la turca, sin puerta.

Me empujan en una celda en donde ya hay una chica, y me quedo allí sentada al borde de la cama helada, petrificada, como en estado de shock. Intento hablarle, pero no sé muy bien lo que digo. Y ella ve cómo me tratan: no quiere acercarse a mí.

Un tipo llega para ofrecerle agua, papel higiénico. Ella lo rechaza. Pero yo sí quiero el papel, se lo digo al tipo, que me responde sin siquiera mirarme:

– ¡Tú te chingas!

Todo es pura violencia aquí. Es así desde que llegué, y no he dejado de tener miedo. El miedo opaca todo, hasta mi orgullo. Solo quiero que no me digan nada, que ni siquiera me miren. Quiero que me dejen en paz; sin embargo, me vienen a buscar otra vez. Subo las escaleras oscuras hasta una oficina donde me piden que me siente.

– El teléfono va a sonar, descuelga.

El teléfono empieza a sonar. Oigo una voz a lo lejos que dice mi nombre, lo repite, me pregunta qué está pasando y dice que no lo puede creer: ¡es mi madre! ¿Cómo es posible? ¿Cómo sabe que estoy aquí? Es como un milagro. Oigo su voz, siento que está preocupada y quiero tranquilizarla, pero no puedo. No me sale nada. Y por primera vez, me derrumbo.

Rompo en llanto, lo que no había hecho desde el comienzo de esta historia loca. Incapaz de articular, de reponerme, no dejo de llorar, abrumada por el sueño y el miedo. Si me derrumbo ahora, es sin duda porque la voz de mi madre me reconforta, me tranquiliza. Hasta este momento estaba demasiado tensa como para llorar. La escucho que me habla, busca hacerme sentir bien:

– No te preocupes. Te sacaremos de allí.

No me hace ninguna pregunta. Comprenderé más tarde que esa confianza es extraordinaria, que ella fue quien me hizo sentir mejor y que yo ni siquiera pude decirle algunas palabras para tranquilizarla. ¡Ese momento debió ser horrible para ella! Yo estaba tan lejos, ella se podía imaginar tantas cosas… y todo lo que había oído eran mis llantos y a ese tipo que me mandaba colgar el teléfono después de un momento demasiado corto.

Fue el cónsul quien se lo anunció a mis padres. Por lo menos hizo eso. Poco más tarde, vendría a verme para cumplir con lo mínimo, la asistencia consular. Pero eso debió costarle mucho porque me trató como a una delincuente.

Lo único que me dijo fue que no podía hacer nada por mí, mientras que Frank Berton, el abogado que mis padres contrataron más tarde para defenderme, me diría que el cónsul habría podido obtener mi liberación sobre la base de una violación flagrante de la Constitución mexicana.

El artículo 16 establece que, en una detención, el inculpado debe ser puesto a disposición del Ministerio Público “inmediatamente”. Ahora bien, entre mi arresto y mi llegada a la sede de la Policía esa mañana, ya habían pasado casi 24 horas. Se lo pude haber contado al cónsul. Pero parecía que tenía cosas más importantes que hacer.

A él tampoco se le ocurrió y, como muchos mexicanos que vieron todo por televisión, sin duda él también creía lo que se mostró. A sus ojos, soy una secuestradora de niños, Florence “La Diabólica” y, peor aún para él, Florence “La Francesa”.

Así es como me consideran aquí, y si entiendo bien, de momento así es. Vuelvo a bajar a la celda sórdida donde la chica me lanza miradas sucias; apenas me atrevo a mirarla. Oigo gritos, veo hombres pasar con las mangas remangadas, a menudo armados, a veces llevando prisioneros abatidos, silenciosos, cabizbajos.

Y, de repente, veo a Israel. Sigue esposado, lo llevan de los cabellos, lo empujan, lo jalan, lo arrastran. No me vio. Me quedo allí, inmóvil, como ida, indiferente e insensible a todo lo que ocurre a mi alrededor. Tampoco pasa mucho a mi alrededor.

Hasta que traen a Israel de regreso una hora o dos más tarde. Está peor. Lo golpearon, es seguro, y vomita de nuevo, hasta me pregunto si está consciente. Y se oyen gritos justo después de que lo dejan en su celda. Es su compañero de celda, que se está preocupando. Se le oye pedir ayuda cada vez más fuerte:

– ¡Se está ahogando! ¡Se va a morir!

Por el tono de su voz, está entrando en pánico. Los policías en el pasillo no se mueven. Y de repente, el silencio. Un soplido, un gruñido tal vez, lo suficiente para imaginarse que ese tipo acaba de salvarle la vida a Israel, y presiento que yo me he salvado. Casi no me golpearon.

¿Cuánto tiempo más me dejarán encerrada aquí con esta loca que me mira desde el rincón? Ya no sé si es de día o de noche. Vienen a buscarme, sigo sin concebir el sueño. Y todo vuelve a empezar. Me siguen haciendo las mismas preguntas y de nuevo dicen: “desvístete”, “voltéate”, siempre presionándome, mirándome con desprecio para mostrarme que no valgo gran cosa.

En la habitación contigua, Israel sufre lo mismo. Y como a mí, le piden que firme un papel que todavía no logro descifrar. Vagamente, un tipo me dijo que me llevarían a un especie de hotel con una habitación y una ducha y que me tendría que quedar ahí.

No entiendo muy bien lo que esto significa, pero estoy casi desnuda frente a todos estos tipos que pasan por ahí, me siento humillada, siento que ya no valgo nada, termino firmando esta hoja porque me obligan.

Lo que acabo de firmar es en realidad la aceptación de mi arresto. Puedo estar aquí hasta noventa días. Este es el periodo en el que se hacen las investigaciones, el tiempo que tiene la Policía para reunir pruebas, y eso es lo que acabo de firmar: los noventa días de encierro. ¿Cómo iba yo a adivinar?

Es de noche. Hombres armados y encapuchados nos sacan de la SIEDO, donde habremos pasado poco menos de 24 horas. Me subo en otra camioneta. Hace poco más de tres días que empezó todo esto, y ahora por lo menos sé que mis padres saben lo que me está pasando, que piensan en mí y que tal vez podrán hacer algo.

Pero todavía tengo mucho miedo. Llegando a la casa de arraigo, sigo temblando, no lo puedo evitar. Ni siquiera pude pensar en la implicación de Israel, en todo lo que significa, en por qué confesó todos esos horrores…

Nadie me habla. Más escaleras, rejas, pasillos un poco más estrechos, parece que un poco más limpios. Pero es de noche. Llego frente a una celda donde debo entrar. Ya hay cuatro chicas que duermen o hacen como que duermen. Me dicen que hay una ducha y aprovecho. Veo jabón, una toalla. Ya son cuatro días que no me he bañado y que no he tenido un momento de intimidad; la ducha me sienta de maravilla y me despejo un poco.

Cuando termino, una de las chicas me dice en voz baja que hay micrófonos y cámaras, que hay que dormir. Me acuesto y caigo redonda. A las seis es la locura. Todo el mundo se levanta. Aquí, es otro mundo, todo en silencio y en disciplina.

Las cuatro chicas me miran de otra manera, no me hacen preguntas. Pero me prestan ropa interior, ya es algo. Hay que salir de la celda y permanecer paradas delante de la reja y esperar la orden de avanzar hacia el refectorio.

Me dicen que aquí hay que mantener la cabeza baja, los brazos cruzados y, sobre todo, no hablar. Siento una disciplina de hierro, pero no la inquietud loca de la SIEDO. Es un poco más relajante. Todavía tengo miedo, pero sigo oyendo la voz de mi madre en mi cabeza. Van a hacer algo, mandarme a alguien, vuelvo a tener algo de confianza.

En silencio y en fila india nos llevan hacia el refectorio. En silencio, hay que sentarse, mirar  hacia abajo y, sobre todo, no mirar a los tipos de la AFI, armados y parados alrededor de la habitación. En silencio, empiezan todos a comer y beber.

Es el desayuno, pero soy incapaz de comer. Me siento espiada, un poco como el animal curioso de este inmenso comedor donde somos por lo menos 200, todos sentados, resignados, vigilados. En una palabra, prisioneros.

Soy la última en llegar, pero me doy cuenta de que todos me conocen. Todos me vieron en la televisión hace cuatro días en el momento del montaje de nuestra aprehensión en vivo. Todos se imaginan que nos sorprendieron durmiendo, con tres personas que habíamos secuestrado.

Piensan que Israel es el jefe de Los Zodiaco y que yo soy su cómplice; vieron nuestro traslado a la SIEDO, oyeron los comentarios de los periodistas, de los cuales no sé nada, pero intentan acabarme. Una secuestradora de niños, eso es lo que soy para ellos. Y poco a poco me doy cuenta de la crueldad de esta acusación.

Aquí es cuando podré medir esa crueldad. Después de ese primer desayuno que no probé, regresamos a la celda, donde está prohibido llevar cualquier cosa. Durante todo mi arraigo aquí no podré tener nada, ni siquiera un chicle.

Hay hombres y mujeres, más o menos 200, que cambian muy a menudo porque nadie se queda más de tres meses. La ley mexicana fija tres meses como el tiempo máximo de arraigo. Mientras tanto, nos obligan a llevar camisetas de colores. Verdes para los acusados de blanquear dinero, amarillo para los narcotraficantes y rojo para los secuestradores.

Nunca soportaré esa camiseta roja. Para mí, el secuestro es uno de los peores crímenes. Sé que aquí hay una verdadera industria del secuestro, que algunas historias terminan en horrores, la muerte de los secuestrados o con mutilaciones que sirven de prueba de vida para pedir un rescate.

Sé todo eso, pero todavía no conozco los detalles de todo lo que me acusarán a medida que mi historia se complique. Maldito delito que no me suelta. Y más aquí con esta camiseta. Cuando mis compañeras de celda partieron, pedí estar sola. Algunas eran acusadas de atacar una unidad blindada y otras de tráfico de drogas. Una de ellas me había dejado una camiseta amarilla antes de irse y me la ponía para dormir.

Cuando un guardia me hizo el comentario, sin prohibírmelo, le dije que dormía mejor de “narcotraficante”. Ya no dijo nada.

Durante todo diciembre y enero, solo tengo un pantalón y una camisa para ponerme cuando estoy en la celda, momento en el que puedo quitarme la camiseta roja. Mis padres me envían ropa, pero nunca llega. Hasta se las regresan. Lo sé porque tengo derecho a tres llamadas telefónicas de diez minutos por día y siempre los llamo a ellos.

Durante tres meses los llamaré por cobrar, y cada vez estarán allí, escuchándome, intentando comprender. A mi madre se le ocurre grabar nuestras conversaciones, y un día me pide que cuente mi historia. Empiezo desde el principio, la carretera que sale del rancho, el arresto, la noche, el montaje de la AFI, y lo vuelvo a ver todo en mi mente sin comprender todavía lo que me está pasando.

Me dicen que estoy aquí porque no existen pruebas en mi contra. Que la Policía es la encargada de buscarlas y que tiene tres meses para hacerlo. Entonces, pienso que se darán cuenta, que si realmente buscan, se darán cuenta de que solo viví algunos meses con Israel y que no siempre estaba en el rancho y que si él secuestro a gente, ¡seguramente no era allí!

Cada día que pasa me pesa un poco más. Aun cuando confío en mi madre, no puedo decirle todo. Siento la desesperación de mis padres, sé que se mueren de la preocupación y no quiero añadir una pena más. Me aguanto, es mejor así.

Siempre estoy tensa, incapaz de razonar y de sobrellevar este miedo que me hace temblar sin parar. Cualquier ruido me hace saltar. Las otras se dan cuenta, y algunas se aprovechan. Tengo que superar esto, ya no mostrar mi miedo.

En ocasiones, en la tarde nos dejan salir para dar un paseo. ¡Pero qué paseo! Nos llevan a una bodega sombría y húmeda, donde las que han conseguido comprar cigarros, pueden fumar. Hay una máquina de bebidas y dulces, pero hay que comerlo todo allí.

Me sienta bien salir, aun cuando el lugar me incomoda: está sucio, hay bichos y la agresividad de algunas me pone nerviosa.

Más allá de las acusaciones en mi contra, la soledad también me pesa. Sufro por no tener con quién hablar, aunque sea para decir cosas banales, y al ver a las otras chicas de mi celda bajar, todas al mismo tiempo, a la hora de visitas y dejarme sola toda la tarde.

Una noche, mientras todos duermen, vienen a buscarme. El director de la prisión quiere verme, según me dicen, y me pregunto por qué, puesto que son las dos de la mañana, pero aquí he aprendido que todo es posible. Él está en su oficina, un tipo grande, con unos músculos increíbles, y frente a él se apilan papeles que no reconocí al principio.

Habla sin mirarme; hay algunos guardias a mi alrededor, pero no me maltratan. Después, entiendo que él quiere que yo firme un documento, pero no sé exactamente lo que está escrito. De hecho, algunos de los documentos que no había reconocido son míos y otros de Israel. Fotos, declaraciones, cosas así.

No quiero firmar, me espero un momento, pero él insiste. De repente, me armo de valor para decirle que no; ni modo. No voy a firmar. Es, tal vez, la primera vez que encuentro la energía para rebelarme, para resistir. Le explico que no tengo abogado y que no quiero hacer nada hasta que no tenga uno.

Entonces se enfurece, se pone de pie agitando su pistola y se acerca. Es una forma de intimidarme, al menos eso es lo que me viene a la mente. Y su plan funciona. Estoy petrificada, aterrorizada. No debo demostrarles mi miedo, pero todo cambia cuando me apunta en la sien con su pistola. Es un momento increíble, que nunca había vivido, las fuerzas que tenía se van de golpe.

Siento que la vida se me escapa, y apenas lo escucho a lo lejos cuando me grita muy cerca: “¡Vas a saber cómo es el infierno si no firmas!”.
También amenaza con aislarme, no sé de qué, ya estoy tan sola. El miedo me hace ceder y firmo.

Se vuelve a sentar. Acabo de vivir los segundos más largos de mi vida. Más tarde me enteraré de que a veces lo hacen para dar consistencia a los expedientes a fin de fabricar pruebas. Me lo dijo Jorge Armando Ochoa, mi primer abogado.

Llega un día al final de enero. Hace casi dos meses que me arrestaron, y es la primera vez que me dejan bajar a la sala de visitas. Estoy estresada. Veo a un hombre de unos 50 años, en un traje clásico, muy serio. Me interroga, me pide que le explique, pero cuando le hablo parece que apenas me escucha, se limita a mover la cabeza y a emitir onomatopeyas.

Se ve que no comparte lo trágico de mi situación. En el estado en el que estoy, se perciben estas cosas. Se tiene como un sexto sentido que viene del instinto de supervivencia que ayuda a reconocer si el hombre que se tiene enfrente es un aliado o no. No sentí esto frente al Sr. Jorge Ochoa.

Después de un momento, me dice directamente que tengo una “imputación directa”. ¿Qué es una “imputación directa”? Nunca he oído hablar de eso. Por un momento me imaginé que había dicho “amputación” porque sé que una de las personas que fue presentada como víctima de los secuestradores dijo que quise cortarle un dedo. Los policías me lo dijeron, y todavía no me lo creo. Pero no, no es lo que quiere decir el Sr. Ochoa. Una “imputación directa” es una acusación.

Una persona la reconoce, sin lugar a dudas, y asegura que usted participó en su secuestro. Es un tal Ezequiel, quien lo dice en el proceso oral establecido por la AFI. Un joven de 22 años que estaba en el rancho cuando grabaron su arresto para la televisión. Él dice formalmente que te reconoce. Todavía no sé cómo, pero te reconoce.

Entonces, le digo a Ochoa que es imposible, que tiene que dejarme confrontar a este tipo, que no se puede dejar tal falsedad en mi expediente. Pero permanece imperturbable, apenas me escucha. Lee documentos, algo indiferente en su traje bonito, con su maletín a sus pies. Ni siquiera sé si me cree.

– Se lo repito, ¡no tengo nada que ver con todo esto! ¡Tengo que salir! Para eso está, ¿no?

Le digo que confío en él, pero poco le importa, y si levanta la vista es únicamente para apuñalarme:

– No se haga ilusiones, será largo. No saldrá pronto…

En realidad, vio el montaje del arresto en vivo en la televisión y me asegura que ha entendido todo: todo es falso, conseguirá probarlo y terminaré saliendo, según él. Y se le ocurre una historia increíble: ese día, él habría pasado por la carretera de Cuernavaca con un amigo, un actor o algún artista, y vieron todas las camionetas de la AFI.

Es una historia muy poco creíble. Lo miro preguntándome con quién estoy tratando realmente, pero no se inmuta. Hasta termina dándome un pronóstico, casi por obligación me dice:

“Vas a salir dentro de unos tres años, después del amparo final”.
Ahí sí tuve una crisis. Una de verdad. Empiezo a patalear y a llorar y, tal vez, hasta lo golpeo, ya no sé qué hago, es demasiado duro escuchar eso. ¿Tres años?

“Puede ser que cuatro…”.
Él se va y me deja devastada. Pero se toma unos minutos para acabar conmigo y explicarme sus honorarios: “Serán diez mil euros al mes. Debe pagar por adelantado”.
Me lo dice como una orden sin siquiera mirarme. Yo, que no tengo nada. Que tengo que mendigar para fumar un cigarro. Yo, que tengo que usar la misma ropa todos los días y que la tengo que lavar cada noche porque no tengo otra. ¡Diez mil euros al mes, y promete sacarme dentro de cuatro años!

Capítulo 10 (segundo de tres)

La llegada inminente de Nicolás Sarkozy tiene un impacto inesperado en México. Lo que debía ser un encuentro de hombres de negocios, con firmas de contratos y acuerdos, un simple acercamiento entre ambos países, se convierte en un enfrentamiento tenso, y todo eso por mi caso. En la prensa francesa, los artículos describen el estado de delincuencia en el que se encuentra México, paralizado por la criminalidad y donde, en algunos estados, la situación escapa totalmente de las manos de la autoridad y de la ley. Los cárteles son muy poderosos y algunos de ellos son supuestamente manejados por políticos de alto rango, a nivel federal o estatal. Algunos periódicos presentan los últimos informes de Amnistía Internacional que reportan los asesinatos en plena calle, más de tres mil en 2008, de los cuales muchos son policías pero también hay magistrados, altos funcionarios y periodistas.

Algunos medios televisivos hablan sobre Ciudad Juárez, localizada en la frontera con Estados Unidos, ciudad controlada desde hace varios años por pandillas. Ahí, durante los años noventa y sin que nadie haya sido arrestado, decenas de mujeres fueron violadas, torturadas y finalmente asesinadas y tiradas al borde de las carreteras. Ningún arresto, excepto por un viejo egipcio marginal quien fue presentado como un monstruo sanguinario. Terminó muriendo en prisión sin haber dejado de clamar su inocencia. Desde entonces, los habitantes tienen la costumbre de defenderse por sí solos, ya nadie sale sin un arma.

Los enfrentamientos son recurrentes y ni siquiera el ejército ha conseguido restablecer el orden. En todo el país, las organizaciones criminales, mediante métodos mafiosos, amasan una fortuna gracias al tráfico de drogas a gran escala que va hacia Estados Unidos y sus grandes consumidores. Desde hace algunos años, la práctica del secuestro se ha vuelto tan común que según se dice, con un conformismo desesperante, se ha convertido en un deporte nacional. Ya no sólo secuestran a empresarios o jefes de bandas, por su dinero o por saldar cuentas. Ya nadie parece estar a salvo desde que los pandilleros recurren a estos métodos para mejorar sus ingresos. Los jefes los dejan actuar, mientras más ganen sus hombres con el secuestro, menos les pedirán a ellos.

No es una imagen sensacionalista, simplemente es la verdad. Felipe Calderón concede dos largas entrevistas, una de ellas en Le Monde, donde explica las ramificaciones de los cárteles de la droga en la sociedad mexicana y la presión de la demanda estadounidense sobre sus actividades. Para luchar contra esta criminalidad, Genaro García Luna es el que está a cargo. Pero desde algunos meses su reputación ha caído en picada. Para empezar, justifica los métodos violentos y cínicos de su policía, sobre todo de la AFI, de la cual fue responsable. La redada de Atenco en mayo de 2006, durante la cual la policía torturó a los habitantes que cometieron el error de hacer demasiadas preguntas u oponerse a arrestos demasiado violentos, y el escándalo del “narcovideo”, sólo alimentan los rumores de los cuales los periódicos ahora hablan abiertamente. Rumores que hablan de los nexos entre García Luna y Luis Cárdenas Palomino, su brazo derecho, con el cártel de Sinaloa, uno de los más violentos del país.

Nicolás Sarkozy debe pasar unos días con su esposa en una casa junto al mar, del viernes 6 de marzo por la noche al domingo 8, antes de volver a la Ciudad de México para pasar una velada privada en compañía de la pareja presidencial mexicana. Ahí se supone que hablarán de mi caso. Espero ese momento con emoción.

Me sorprenden el viernes por la noche. Fue una sorpresa divina. Me llaman, porque me espera un visitante. Ya es casi de noche. No es ni la hora ni el día de visitas. Estoy emocionada, me pregunto qué va a pasar. Sé que los esposos Sarkozy llegaron, pienso en Carla, y sé que puede pasar cualquier cosa. Veo a un hombre al final del corredor aún más emocionado que yo. Es un tipo de la embajada. Me entrega un papel con un número de teléfono al que debo llamar inmediatamente. ¡Tengo que llamar al presidente!

– ¡Rápido! ¡Date prisa!, dice el hombre mientra me empuja hacia el teléfono de la pared.
Me cuesta trabajo presionar los botones. Me dice que me calme. Los dos estamos en un corredor desértico, y nerviosos escuchamos el sonido del teléfono. De repente descuelgan:
– Hola, habla Florence Cassez.
– Un segundo.
Tomo fuertemente el auricular y lo pego a mí oído tanto como me es posible, ya no veo nada de lo que sucede a mí alrededor.

– Hola, ¿Florence? Nicolás Sarkozy al teléfono. ¿Cómo está?

Reconozco su voz. ¡Qué shock! Me caigo. No físicamente, claro, pero tengo la impresión de que mis piernas se hunden y de que estoy sola en el mundo, sola con el presidente que me habla por teléfono y que quizás hable de mi liberación. No debo perderme ninguna de sus palabras.

– Es importante que hable con usted. Acabo de llegar a México y quiero decirle que no la decepcionaré, Florence.

Y me escucho contestarle:

– Sí, señor presidente… sí, señor presidente.

¡Es todo lo que puedo decir! Siento que no conozco otras palabras, otra respuesta. Yo que tengo la lengua tan larga, estoy como bloqueada, y ni siquiera estoy consciente de las pobres frases con las que hablo. Salen automáticamente de mi boca y al teléfono las escucho como si fuera alguien más hablando.

– Florence, tiene que confiar en mí. Tengo un plan en mente, creo que ya se lo han mencionado. Para empezar, tiene que pedir la repatriación.

Es ahí cuando me regresa la voz:

– ¡No estoy de acuerdo!

Lo dije espontáneamente y él lo entendió. Le explico que es muy difícil para mí resignarme a aceptar que soy culpable, que cargo con esto desde hace tres años y no lo voy a dejar así sin más.

– Insisto, Florence. Se lo repito: tiene que confiar en mí.

Lo dijo despacio, pero con firmeza, como siempre lo escuchamos expresarse en la televisión. Estoy un poco impactada porque, en esta ocasión, es solo a mí a quien le habla y estoy perdiendo mi convicción, ya no sé qué pensar. Sobre todo, porque me gustaría tener más tiempo para responder, para pensar, pero por el momento parece que es imposible. Estoy completamente cautivada por lo que está pasando, concentrada, atenta a cada una de sus palabras. Y después empieza a decirme que mi padre es un hombre formidable y que…

– Florence, es como si fuera parte de la familia. La sacaré de ahí.

Es algo que quiero creer. Son exactamente las palabras que quería escuchar del presidente de la República. Las quería oír, pero no me atreví ni siquiera a tener la esperanza de que me hablara de esa manera. ¡Y continúa!

– Carla quería ir a verla a la cárcel, pero no le será posible. Es más, se la paso, ella le va a explicar.

Una voz pequeña, dulce, crujiente, llena de sentimiento y de atención, reanuda la conversación. Ella me pregunta primero por mi salud y, como su marido me había dicho, ella explica:

Yo quería ir, pero Nicolas me aconsejó que no lo hiciera. Estoy muy decepcionada, pero me dijo que te haría más daño, en lugar de beneficiarte. No sabemos cómo podría ser percibido por la opinión pública en México.

Ella me tuteó. Me empecé a quebrar, y terminé llorando. Con Nicolás Sarkozy no es lo mismo; él es el presidente y no lo puedo hacer perder el tiempo. Con ella (la conversación) es más amigable, es como si se hubiera caído una barrera.

Me vuelve a pasar a su marido. Entonces, él repite que tengo que confiar en él, que no debo escuchar todo lo que se diga mientras él está en México y que será importante que él también calle sobre algunas cosas. Está bien, comprendo. Soy capaz de escuchar de todo, si él así lo quiere. Con tal de que me saque de aquí, él puede dejar de decir lo que quiera.

Cuando colgué tenía la sensación, con todo lo que había escuchado y el tono que había sido empleado, de que había hablado con un tío y una tía. El tipo de la embajada seguía ahí, me había olvidado de él, y tenía un buen semblante, pero me miraba fijamente. Sin decirme nada, mientras yo prendía un cigarro, se marchó.

Tengo que caminar por ese pasillo, con la sala de visitas a la derecha y las ventanas sobre el patio a la izquierda. Ese largo pasillo con las paredes deshechas y el suelo sucio, pero esta vez no veo nada de eso. La vida es bella y estoy como en una nube. Vuelvo a mi celda y apenas me doy cuenta de que acabo de hablar con el presidente. Durante tres años he tenido shocks emocionales, pero éste me ha trastornado.

Es una cosa saber que mis padres van al Eliseo, pero otra es oír al presidente en persona, con su voz tan particular que he oído tantas veces, hablarme como si fuera su amiga o un familiar. Creo que no sabe el impacto que ha tenido en mí. Me ha dado fuerza. Seguro que con él, con toda esa determinación que tiene, podré salir de esto. Me dijo: “No la abandonaré” y también: “Tiene que confiar en mí”. Tengo esas palabras gravadas en mí. No se da cuenta cómo me ayudan esas palabras, cómo me levantan y cuánto las repetiré en mi cabeza. Después de momentos así, es inevitable. Soñamos, flotamos pero cuando volvemos a bajar, duele.

Al día siguiente, la directora me llama y me pregunta si he hablado con el presidente. Obviamente él me había dicho que debía ser un secreto. Entonces aprieto los puños, como un buen soldado que no quiere darse por vencido, que no quiere traicionar, y juro que no es verdad:

– ¡Se imagina lo que estaría orgullosa de decírselo!

No me debe creer porque, una vez más, no sé mentir. Me siento como una niña y ella no me cree.

– Florence, llamaste a tu presidente…

No hay nada qué hacer, tengo que aguantar. Ella me mira largo y tendido, no me dice nada pero creo que ha entendido que prometí no decir nada. Me deja ir y sin decir nada. Aguanté con todo lo que tenía y la semana siguiente la historia estuvo en primera plana de todos los periódicos.

Me prometió que hablaríamos lo noche siguiente, después de su visita con los Calderón, pero el día siguiente no veo llegar a nadie. Esperé impaciente al tipo de la embajada pero no llegó nadie. Obviamente, por mi carácter, me esfuerzo en pensar que no es grave, que ha habido un contratiempo. Pero la verdad es que la reunión no trascurrió como lo quería la pareja Sarkozy. Felipe Calderón se puso desagradable en el momento en que la conversación se desvió hacia mi caso, o más bien cuando Nicolás Sarkozy quiso desviar la conversación hacia el caso. El presidente mexicano no quería para nada hablar de mi caso y Nicolás Sarkozy tuvo que admitir que sería más difícil de lo previsto. Por eso, cuando regresó, decidió no mandar a nadie a la prisión para pedirme que lo llamara. Todavía le quedaba el lunes para intentar hacer avanzar las cosas.

Es un día largo, muy largo. Un lunes de primavera en la Ciudad de México, caluroso y con un sol implacable. Después de la reunión de carácter económico, las discusiones y las firmas o los acuerdos de los empresarios, los dos presidentes deben dar una conferencia de prensa en el patio del palacio, frente a decenas de periodistas. Me encuentro ahí, sola en mi prisión, en los barrios populares y coloridos, entre los muros fríos y sucios… y todo este alboroto, con las limusinas, las calles cerradas y las sirenas de las motos, es en parte por mí. Esa mañana, los periódicos vuelven a sacar artículos sobre mi historia, retomando acusaciones de cuando fui condenada y los representantes de asociaciones de víctimas que se indignan de la injerencia de Francia en los asuntos internos de México. Estas personas tienen influencia en la población mexicana, porque todos los líderes de estas asociaciones han sufrido el infierno del secuestro. O ellos mismos, o algún familiar, un hijo, un hermano que sobrevivió o que murió y es con desesperación que hablan con la prensa. A pesar de eso, comprendo a estas personas, yo que me he convertido en el símbolo de su sufrimiento ahora que el gobierno mexicano ha hecho todo lo posible para que sea presentada como un monstruo. Isabel Miranda de Wallace, una de estas mujeres, muy escuchada en México, se lanzó en una cruzada contra mí en estos días de visita presidencial cuando los mexicanos comprendieron que Nicolás Sarkozy había venido para sacarme de sus prisiones. Y todos saben que él tendría la posibilidad, una vez de vuelta en Francia, de reducir mi pena y quizá anularla. Es exactamente lo que no quieren. Eso es lo que se presenta en los periódicos a través de fotografías de rostros deshechos y de toda esa gente que reclama justicia, porque para ellos no hay ninguna duda sobre mi culpabilidad. Ni siquiera dudan de la existencia de la banda de El Zodiaco aun cuando ningún otro miembro haya sido arrestado. Genaro García Luna ha sido muy hábil y discreto, recordando su mensaje de mano dura, reforzando el control que tiene sobre mí, su único trofeo. Mientras tanto, como por arte de magia, regresa Ezequiel par dar conferencias de prensa al lado de la Sra. De Wallace y al parecer eso es lo único que cuenta. El pueblo lo cree, soy Florence la diabólica, Florence “la francesa”, la secuestradora de niños.

Nicolás Sarkozy tiene mucho trabajo. No sé cómo lo va a hacer, solo sé que lo hará. Todavía suenan sus palabras en mi cabeza y esa determinación que me transmite. Creo en él, eso es todo. Es verdad que este viaje está impregnado de la historia de Florence Cassez. Los medios mexicanos, los medios franceses que han enviado corresponsales, y hasta funcionarios… Todo el mundo habla de mí, todo el mundo se pregunta cuál de los dos presidentes cederá. Es evidente que no se han puesto de acuerdo y ha empezado una lucha entre los dos. Vuelvo a pensar en las palabras de Frank Berton, después de su primera visita al Eliseo con mis padres: “Lo único que podría ser más importante que su caso, es el interés del país”.

Por la tarde, veo las imágenes de la conferencia de prensa por la televisión. Los dos presidentes, cada uno en su estrado, cada uno a su modo, hablan de mí delante de decenas de periodistas, cámaras y fotógrafos. Nicolás Sarkozy parece querer dejar de dramatizar y Felipe Calderón se mantiene firme, recordando que fui condenada y por lo tanto soy culpable. Los oigo anunciar la creación de una comisión encargada de trabajar sobre el asunto de mi traslado a Francia. Eso no estaba previsto. Veo la imagen e intento escuchar y comprender ya que la televisión está lejos y al mismo tiempo estoy hablando por teléfono con mi madre que me dice que prepare mis maletas porque quizás sea transferida a otra prisión. Pero, si he entendido bien, no es exactamente una prisión…

– Hay otro lugar de detención, son apartamentos, estarás mejor…

Sin embargo, nunca he oído hablar de eso. Después, vemos a Nicolás Sarkozy y a su esposa en el Colegio Francés, acompañados por todos los empresarios, el presidente dio un discurso ahí y luego en el Senado, frente a la asamblea que fue sin duda el evento más solemne de su visita. Así lo veo yo, en todo caso. Es probable que no se hable de mí ahí. Sin embargo, el periodista habla de la presencia del presidente francés, de la sorpresa de los senadores de México y deja que las imágenes hablen. Lo veo en el podio, con los ojos brillantes, «como me aconsejaron discretamente de no hablar del caso de Florence Cassez, voy a empezar hablándoles de Florence Cassez …».
No puedo creerlo. Veo bien cómo los mexicanos están molestos, pero no lo puedo creer. Me entusiasmo y lo veo con admiración. Definitivamente, me da gusto.

Después de su intervención, hablo de nuevo por teléfono con Frank Berton. Es demasiado pronto para sacar conclusiones, pero él cree que esa comisión, inesperada, es para ganar tiempo. También me dice que alguien vendrá a explicarme. Habla suavemente y siento que su voz no está inquieta como suele estarlo. Me dice:

– Póngase guapa, Florence.

Por la noche, cuando me dicen que baje, veo llegar a un hombre joven, como salido de una revista. Bien vestido, con una sonrisa encantadora, le pregunto qué es lo que quiere. Es uno de los consejeros más cercanos de Nicolás Sarkozy. Se llama Damien Loras y trae un mensaje claro: “Hemos dejado que digan algunas cosas que no pensamos, Florence, pero es mejor así. No lo olvide, estamos convencidos de su inocencia. El resto, es estrategia”.

Me dice también que la comisión nos ayudará a ganar tiempo, a fin de que todo se calme. Antes de su partida, ya sé que no olvidaré esas bellas palabras, que me acordaré de ellas todas las mañanas cuando me despierte. Sobre todo esas tres palabras que repitió: “esperanza, confianza, valentía”.

Pero a la mañana siguiente veo que no se calma nada. Los periódicos mexicanos resumen la visita del Presidente, retoman lo que dijo sobre mi caso, lamentan que no haya habido más intercambios económicos o políticos y se indignan de lo que la mayoría de los periodistas consideran como una injerencia en los asuntos internos del país. Defienden la democracia mexicana, como rara vez lo hacen y se jactan de la independencia de la justicia. El título más fuerte está sin duda en la primera plana de La Jornada: “¡Vergüenza Nacional!”.

Seguimos necesitando ganar tiempo…

Es evidente que la ira mexicana va a durar. Al parecer, algo se ha quebrado entre los dos presidentes. Hoy no confían el uno en el otro y han iniciado una batalla personal, ninguno de los dos quiere ceder. Ante la opinión pública mexicana, la prensa continúa indignándose, pero en Francia se acuerdan de que lo que empezó todo fue el hecho de que la decisión del juicio de apelación fue tomada cuatro días antes de la llegada de Nicolás Sarkozy a México. De los dos lados se habla de una provocación. Una vez más estoy perdida y tengo miedo de que mi situación no tenga arreglo. ¿Sigue siendo necesario que firme el reconocimiento de culpabilidad? Ya nadie me habla de eso. El último que me preguntó sobre ello fue el consejero del presidente, pero desde entonces no tengo noticias y mis abogados me aconsejan no ir demasiado rápido. Pienso en ello todo el día, y por la noche duermo mal. Resisto lo mejor que puedo, recordando las palabras del presidente, pero siento una inmensa tristeza que se apodera de mí y vuelve el desaliento. Con todas mis fuerzas intento luchar contra la depresión, pero me sobrepasa. De nuevo lloro sin parar y estoy abrumada por el miedo de lo que me puede pasar. En todo el país, periodistas cuentan historias de prisioneros encontrados muertos en sus celdas. Y no sólo los periódicos, en prisión también cuentan esas historias y no puedo evitar pensar que con la reputación que tengo aquí, no muchos se entristecerían si me ocurriera algo. Frank Berton piensa lo mismo y su lema estos días es: “Mi principal preocupación en estos momentos, es la seguridad de Florence.”

Después de la visita presidencial, tengo la impresión de estar sola, lejos de mi familia que me apoya del otro lado del océano. Aislada en un país donde todo el mundo me es hostil, donde me puede pasar cualquier cosa en cualquier momento. Me derrumbo de nuevo. Pero intento pensar en la carta de la que me hablaron Frank Berton y mis padres. Una carta secreta, me dicen, en la cual el presidente Calderón propone aplicar la Convención de Estrasburgo, antes de que nadie se lo pidiera. Hoy, parece estar súper en contra de la idea…

No entiendo nada, pero me dicen que la explicación es seguramente muy simple. Sin duda, el presidente mexicano era sincero cuando le escribió a Nicolás Sarkozy en el mes de febrero. No tenía ninguna razón de ser desagradable y deseaba una relación cordial con Francia a fin de salir de la hegemonía estadounidense en el plan económico. México busca comercializar con otros países poderosos y no de manera casi exclusiva con Estados Unidos como lo hace hoy en día. Si cambió de opinión es porque alguien lo convenció de hacerlo. De nuevo, se habla de Genaro García Luna, quien parece tener una gran influencia sobre mucha gente, incluso su presidente. Es demasiado para mí. Miro las paredes de mi celda durante horas, me quedo en la cama sin poder hace nada más que llorar y pensar que pasaré el resto de mi vida aquí…

Los periódicos o la televisión tienen algo nuevo que decir sobre mí todos los días. Nada muy nuevo, pero se habla mucho de la comisión que debe pensar en la aplicación o no de la Convención de Estrasburgo. Ya no creo nada, después de todo lo que me han dicho, pero parece que los periódicos sí se interesan en ello. Los dos presidentes han anunciado la entrega de las propuestas en tres semanas, y la prensa empieza el conteo. Si esperaban que la tensión bajara, hablando menos de mí, se equivocaron. Los trabajos de la comisión se mantienen en secreto. Del lado francés, sé que Jean-Claude Marin, el procurador de la República de París, quien ya había venido antes de la visita de Nicolás Sarkozy, está asociado a Daniel Parfait, el nuevo embajador de Francia en México. Pero no se oye nada de lo que hacen. Por lo menos, nada alentador, porque todos los periódicos mexicanos dicen que no hay ninguna duda sobre la decisión. Después de un mes, todavía no hay nada. La Jornada anuncia en primicia que la respuesta de su país sobre mi transferencia a Francia será negativa. Otros lo harán después, sin que sepamos de dónde sacan la información. Las noticias no son buenas.

En Francia, Frank Berton se irritaba por todo esto. A mediados de abril, anunció que tenía intenciones de presentar una denuncia en contra de Genaro García Luna frente a la justicia francesa por la manipulación de pruebas y el montaje de mi detención. Una declaración de guerra. Esto podría conducir a una investigación. No en suelo mexicano, pero probablemente esto le impediría viajar al secretario. No podría entrar a Francia, por supuesto, pero tampoco a Europa, particularmente a España, país que visita con regularidad, según dicen. Y tal vez tampoco a todos los países con los que Francia tiene un acuerdo de cooperación judicial que podrían permitir su extradición a Francia.

Creo que es un buen golpe. Pero el señor Berton me dice que primero tiene que reunir las pruebas de que mi detención se llevó a cabo el 8 de diciembre y no el 9. Con ello, también podría pedir al gobierno francés que inicie un juicio ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, porque la Constitución Mexicana se violó, en su artículo 16 que establece que toda persona detenida debe ser inmediatamente presentada a un magistrado. De hecho, si se prueba que fui arrestada el 8 de diciembre, sería bueno para mí, porque los documentos de cuando me presentaron ante la SIEDO, están fechados al 9 de diciembre, a media mañana.

Todo eso me reconforta y leo con atención los recortes de la prensa que me envían de Francia, con fotografías de la mirada determinada de mi abogado. Pero no puedo evitar pensar que todo esto tomará meses. Estoy cansada, tan cansada…

Por lo menos Francia no me abandona. A comienzos del mes de marzo, Thierry Lazaro vuelve a la carga en la Asamblea Nacional, con una pregunta al gobierno para saber lo que está pasando con esa comisión que cae poco a poco en el olvido mexicano. Esta vez, cuando Thierry se levanta, algunos diputados, se exasperan de volver una vez más a mi historia. Él, con autoridad, les recuerda con una frase contundente: “¡Colegas, estamos hablando de una inocente!”. Se produce un silencio. El ministro de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, es quien contesta muy diplomáticamente. Reconoce que el plazo se venció hace mucho tiempo, pero sigue optimista:

– Hay que resolver las dificultades entre el derecho francés y el derecho mexicano. Las penas no son las mismas y es necesario llegar a un acuerdo. la sentencia que fue pronunciada allá se debe convertir, de manera que sea aceptable para México.

Ahí está el problema. Los mexicanos saben que la pena más alta para este tipo de delitos es de 20 años. Esto no lo aceptan. ¡60 años o nada! Pero una pena de 60 años no existe en Francia. Ya ni hablemos del perdón presidencial. Al contrario, parece que los representantes mexicanos de la comisión binacional han expresado que también sería necesario un escrito en el que Nicolás Sarkozy garantizara que no habría perdón.

No van a ceder ni un paso. Me tienen atrapada en sus manos y poco a poco intentan hundirme. Estoy devastada. A esto he llegado: ¡soy inocente y dos presidentes están discutiendo para saber si debo estar en prisión 60 ó 20 años! Mi abogado dice que no pasará nada antes de las elecciones legislativas del próximo 4 de julio, pero tiene fe de que en ese momento habrá una apertura. ¡Pero todavía faltan dos meses! Parece que no se dan cuenta. Dos meses es una eternidad para mí. Pensé que por fin había llegado a algo. Tenía tanta esperanza por lo que me decían, y la esperanza sienta muy bien cuando uno está mal. Pero ahora vuelvo a derrumbarme, una vez más.

Capítulo 11

Una vez más me quedo horas en la cama, asustada, incapaz de encontrar la energía de hacer algo. Es como si debajo de las sábanas podía encontrar un semblante de protección contra este mundo que me rodea y que tiene algo en mi contra.

Presiento que algo va a pasar. La tensión es tan fuerte y las palabras tan duras. Cada vez que la situación empeoró de esa manera, recibo un nuevo golpe. Cada vez que una parte de la prensa o de la opinión parece apoyarme o por lo menos expresar algunas dudas, las acusaciones fueron más duras y con intervenciones impensables; esto no parece ser un problema para el poder mexicano.

Todo va creciendo. En Francia el apoyo es más grande y más evidente desde mi condena en apelación. Como resultado, ojo por ojo, diente por diente, la presión se hace más fuerte aquí. Sobre todo que algunos periodistas emiten, progresivamente, dudas sobre la honestidad de la investigación del caso en mi contra. No son la mayoría, pero son profesionales reconocidos, a veces editorialistas muy respetados y el gobierno está consciente del peligro. La opinión pública no puede cambiar bajo ninguna circunstancia. Bajo ningún concepto pueden publicarse elementos de mi expediente que contradigan la versión oficial. Debo seguir siendo Florence la diabólica, Florence la francesa, la secuestradora de niños. La visita de Sarkozy todavía está en la mente de todos. La pregunta de Thierry Lazaro a la Asamblea Nacional llega hasta México. La esperanza de Francia, de que la Comisión pueda conceder mi traslado molesta profundamente a México.

Una mañana recibo un nuevo golpe. Aparece un hombre en la televisión, no muy mayor pero algo débil. Tiembla tanto que es difícil describirlo y la luz deslumbrante bajo la cual lo presentan no ayuda nada. Es un hombre extraño del que no se sabe nada. ¿De dónde sale? ¿Quién es? Con una voz dubitativa contesta las preguntas de un hombre que no se ve y en ocasiones parece leer sus respuestas. Parece una pésima escena de teatro.

Dice que se llama David Orozco Hernández, 37 años, casado. Comerciante y… secuestrador. En las imágenes que serán mostradas a los mexicanos una y otra vez, dice con una voz nerviosa que junto con sus hermanos y sobrinos, fue parte de la misma pandilla que Israel. Dice también que participó en cuatro secuestros, da algunas cifras, aparentemente al azar, de lo que habría cobrado y empieza a hablar de mí:

– La francesa era la novia de Israel Vallarta. Con él, ella planeaba los secuestros, muy a menudo ella vigilaba a los secuestrados y en ocasiones participa en las capturas. En el grupo, las cosas se fueron deteriorando entre nosotros porque progresivamente, ella fue quien tomó el mando: se convirtió en la jefa.

Estoy estupefacta. Este testigo, salido de quién sabe dónde, dice ser el “Géminis” de la banda de El Zodiaco. Él era quien se llamaba Ricardo en el informe de la policía y Gilberto en la confesión que dio Israel mientras era torturado, según los informes médicos de diciembre de 2005. ¡Ahora se llama David! La credibilidad de su aparición no me preocupa, no tiene ningún fundamento. Se instala un malestar en la prensa y en los que vieron esta payasada en la televisión. Como lo dice mi abogado mexicano, Agustín Acosta, “es una bofetada a la inteligencia, y una bofetada al Estado francés”.

Que se presente un montaje tan grotesco, es evidente que este hombre esta leyendo un texto, le están dictando las respuestas, para contrarrestar la acción de Francia, es una provocación. Es como si el mensaje que se quería transmitir es que aquí se puede hacer de todo y Francia no puede hacer nada, y yo menos aún.

Este tipo fue arrestado al mismo tiempo que el hermano y dos sobrinos de Israel. Yo los conozco. Son buenos tipos: mecánicos que trabajan duro con la familia. Si estos tipos secuestran, si ganan dinero de esa forma, no sé donde lo meten. Deben ser muy tontos para vivir en sus pobres apartamentos, en sus pequeñas casas sin ningún confort y sobretodo trabajando de la manera que lo hacen. Me duele saber que ellos también están en prisión.

En cambio ya no pienso nunca en Israel. Solo pienso en mí. Por lo menos he conseguido eliminar el odio que sentía. Tenía que deshacerme de él porque me estaba corroyendo del interior. A veces me dicen que tal vez él tampoco sea culpable. Tal vez eso sería lo mejor. Es todo lo que deseo. Por lo menos no me pasaría la vida preguntándome por qué no ví nada. No tendré que ser la tonta que no se dio cuenta de que su novio era un secuestrador de niños. Si es inocente, me ahorraré el tener que ir a un psiquiatra. Sería el regalo más bonito que me podría dar la vida.

Mientras tanto, aparezco de nuevo en primera plana de los periódicos. Es evidente que García Luna tenía que reforzar su expediente contra mí, cueste lo que cueste. Agustín esta asqueado. Comparte mi opinión.

– La opinión pública empezaba a evolucionar aquí. Para el gobierno es una manera de dar un gran golpe y preparar el anuncio del rechazo de mi traslado.

Son implacables. Me golpean más y más fuerte para hundirme y creo que poco a poco lo están consiguiendo. La idea que ya había tenido en la cabeza y que todavía no había conseguido sacar de mi cabeza volvía a rondar cruelmente: quiero terminar con esto. No importa cómo, aunque sea rápidamente, sin pensarlo, quiero que todo esto pare. Ya no tengo fuerzas. Estoy cansada de ser humillada, mofada, de ya no ser nada, de no ser respetada por gente que ni siquiera me conoce y que simplemente se hicieron una idea de mi con todo lo que han oído y me catalogan ahora sin dudarlo como una criminal. Es insoportable vivir con eso en mente. Y pienso que quizá nunca termine esto. Por primera vez, me dejo invadir por la idea horrorosa que siempre había intentado rechazar: pasaré mi vida entera en prisión. El resto de mi existencia como un monstruo encerrado, se reduce a nada más que un cuerpo que se mueve y que nadie escucha. Ya no puedo más…

Al teléfono mis padres, mi abogado y Jean-Luc Romero me intentan animar con palabras gentiles. Pero ya no tengo muchas ganas de llamar, y en mis pocas conversaciones con ellos, presiento que están inquietos, pero ya no tengo la fuerza de reconfortarlos. Por lo menos puedo permanecer de pie y me digo que estoy pasando por los peores momentos de mi vida, y a partir de ahora solo puede mejorar. Es una defensa ilusoria pero es lo único que tengo. Ya no salgo mucho de mi celda. Permanezco echada con la mirada en el techo, esperando, ¿esperando qué?, con el ruido de la televisión de fondo para no oír los gritos de la prisión, tal vez para no volverme loca. Días y semanas enteras pasan así y ya no hago caso de las noticias que aparecen de vez en cuando. Después de otros periódicos, El Excélsior también anuncia el rechazo de mi traslado. Ya casi todos lo habrán hecho, pero me importa poco y parece que a las autoridades tampoco, ya que todavía no hay ninguna posición oficial.

En un noticiero televisivo al final del día, oigo distraídamente el anuncio de una conferencia de prensa de Felipe Calderón. Es una especie de declaración oficial imprevista frente a algunos periodistas reunidos alrededor de él. Pienso que quizás hable de mí, porque últimamente parece estar a la moda. Me pongo a escuchar con un poco más de atención.

– Señores y señoras, representantes de los medios de comunicación, les agradezco su presencia esta noche ya que tengo un anuncio importante que hacerle a los mexicanos. El gobierno de la República ha llegado a la conclusión de que las condiciones que permitirían la transferencia de Florence Cassez hacia su país de origen, según la Convención de Estrasburgo, no han sido reunidas. Por lo tanto, Florence Cassez cumplirá su condena a 60 años en México por crímenes cometidos en perjuicio de varias personas en nuestro país.

Al final, habla solamente de mí. Desde su palacio presidencial, con una puesta en escena muy oficial y en directo en Televisa y otros canales importantes en la hora de mayor audiencia. Habla únicamente de mí y me impresiona. No es el anuncio del rechazo para el cual ya estaba preparada, sino la solemnidad con lo que lo dice. “Tengo un anuncio muy importante que hacer a los mexicanos”. Estoy devastada.

Todavía lo oigo decir que fui “detenida y juzgada conforme a la ley” y tomársela con mi país con una mirada fría y una voz dura:

– El gobierno francés se pronunció a fin de reservarse el derecho de tomar decisiones con respecto a la suspensión o reducción de la pena o de los métodos de ejecutarla. Eso abría la posibilidad de que Florence Cassez no cumpla su pena conforme a la decisión tomada por las autoridades mexicanas o de que la cumpliera en un tiempo significativamente menor. Para México, esto es inaceptable.

Aún estando llena de desesperación, todavía tengo la mente suficientemente clara como para darme cuenta de que todavía no ha mandado ningún mensaje al gobierno francés, y esta vez con un desprecio flagrante. Hablando de esa forma, Felipe Calderón quiere mostrarle a su pueblo que Francia quiso engañarlo, tomarle el pelo y que hoy él es más fuerte, más inteligente. Nunca saldré de esto.

Estamos a finales del mes de junio, a pocos días de las elecciones legislativas en las cuales los sondeos vaticinan una derrota del PAN, el partido político de Calderón. Aún aquí, la maniobra política causa sonrisas, pero yo ya no tengo ganas de sonreír. Lo que me invade en estos momentos es el significado de lo que acaba de anunciar Calderón: 60 años aquí, es mi sentencia de muerte.

Frank Berton quiere que sigamos luchando. Que él siga si quiere, pero yo ya no puedo más. Les ha dicho a los periodistas que me he convertido en un rehén político y que ahora la justicia internacional deberá tomar decisiones. Vuelve a anunciar su denuncia contra García Luna y los preparativos que le está haciendo a sus argumentos, así como el recurso del Estado francés contra el Estado mexicano ante la Corte Internacional de Justicia, que más da, en el punto en el que están sus relaciones…

De todas maneras no me importa mucho todo eso. Frank quiere que llame a Denise Maerker quien quisiera hablar conmigo. También hay dos o tres más que quieren entrevistas. Les digo lo que tengo en el corazón, mi dolor, mi inocencia, mi desesperación, como siempre sin pensar en lo que digo pero también sin buscar aguantar mis lágrimas esta vez, porque simplemente, ya no tengo fuerzas.

He dado tres o cuatro entrevistas en estos tres años y medio. Tres o cuatro, al parecer. Se hizo un leve eco en la opinión, mis palabras y mis lágrimas hicieron algo de ruido, removieron algunas conciencias que se negaron a seguir ciegamente la furia de Felipe Calderón. Pascal Beltrán del Río, respetado editor del periódico El Excélsior, escribió una crítica mordaz y denunció a su gobierno, que en su opinión ha perdido toda credibilidad en este caso.

El penalista Samuel González Ruiz denuncia la falta de coherencia en el comportamiento de su país. Son más golpes de los que Felipe Calderón está dispuesto a aceptar y Genaro García Luna, sin duda, quiere actuar porque siente que la opinión pública podría debilitarlo.
Ojo por ojo, diente por diente, la respuesta fue rápida. Un jueves por la noche, alrededor de las diez, una escolta de la policía entró en mi celda. En el fondo, me da pánico la idea de lo que podría suceder, pero soy incapaz de expresar el terror que se apodera de mí y me paraliza aún más. Por algunos días no pude comer, estoy amorfa. Y ocurrió lo que más temía: me llevan a otro lugar y solo tuve tiempo para tomar dos o tres prendas de ropa interior y mi cepillo de dientes. Mientras tanto escucho conversaciones entre los oficiales de policía y los guardias de la prisión, al parecer esto es a causa de mis entrevistas, en especial la que me hizo Denise Maerker. Oficialmente, me cambian de cárcel porque no estoy bien y estaré mejor vigilada donde me llevan, es para protegerme de mí misma. Después entendí: me llevan de regreso a Santa Marta.

Estamos en la mitad de la noche. Vuelvo a encontrar el pasillo sórdido, el ambiente de fin de mundo que se respira, lejos de toda vida normal con la humedad, las ratas y el agua marrón, cuando hay agua. Y la violencia. Me tratan como siempre lo han hecho aquí, con una mezcla de desprecio y provocación y me meten a una celda donde ya está instalada otra mujer. No está durmiendo, me mira entrar y se presenta. Algo desafiante pero también orgullosa me dice que es “la Reina del Pacífico”, la criminal más célebre de México y de la región. Fue arrestada a finales de 2007, sospechosa de haber montado una poderosa red financiera para servir de apoyo al tráfico de drogas de Colombia hacia Estados Unidos. Los medios hablan de ella desde hace años, y su arresto fue un inmenso golpe. Al parecer fue detenida por la insistencia de los servicios secretos estadounidenses. Hasta se acaba de escribir un libro sobre ella. Todavía me acuerdo de las imágenes de su arresto donde pasaba delante de las cámaras, sonriente, muy guapa y segura de sí misma, seguramente porque sabe que no pasará mucho tiempo en prisión, salvo que sea extraditada a Estados Unidos.

Se llama Sandra Ávila Beltrán, es una de las narcotraficantes más importante del mundo y estoy allí con ella, ¡en la misma celda!

Menos mal, me acoge amablemente. Ella también sabe quién soy y parece que quiere tranquilizarme, pero soy incapaz de pronunciar palabra. Todo lo que sé, es que estoy de regreso en Santa Martha. Quizás termine mi vida aquí. Entonces, echada en la cama de metal en la que me han puesto, solo puedo repetirme una cosa: prefiero no vivir para no verlo. Han ganado.

Una vez más, en Francia no me abandonan. Ya no tengo fuerzas para luchar pero otros lo hacen por mí, empezando por mis padres como es de costumbre, pero también Frank Berton y el presidente quien consulta a las autoridades mexicanas sobre el significado de ese traslado inesperado. En la embajada, Daniel Parfait también se manifiesta. Al final de mi primer día en Santa Martha dice a los periodistas franceses instalados ahí, que tiene confianza: según él, voy a volver a Tepepan. Creo que las autoridades francesas habían querido que me llevaran ahí por razones médicas a causa de mi espalda y la presión que siguen ejerciendo parece eficaz. Igual de amorfa como siempre y aún más débil porque ya no como desde hace varios días por un problema estomacal, me dejo llevar una vez más.

Mi estancia en Santa Marta no ha sido muy larga, pero el mensaje es claro: podemos moverte a cualquier hora. Es una manera de hacerme callar, de que deje de hablar en los medios de comunicación, de que deje de existir, de alguna manera. De que purgue aquí mis sesenta años en silencio, es lo que quiere el gobierno mexicano. Quieren una victoria total.

En mi celda veo barrotes en las ventanas que dan al pasillo. Eso es nuevo. Oficialmente, me trasladaron a Santa Martha para permitir a los obreros realizar los trabajos. ¡Qué burla! Aquí siempre hay trabajos y simplemente mueven a las chicas, hay lugares para eso. Y ahora, además, me ponen una escolta permanente. Dos mujeres que no me sueltan ni un segundo, que sea en la sala de visitas, en el baño o cuando bajo la basura. No se puede vivir así.

Por lo menos estoy de vuelta. He perdido las ganas de vivir pero aquí no me agredirán. Para que entienda bien lo que todavía me puede pasar, como si no lo hubiera entendido ya…, me hablan de un largo artículo, dos páginas en El Universal donde me enfrento a Luis Cárdenas Palomino y Genaro García Luna. Seguramente no les gustó. Algunos periodistas cuentan de forma anónima que han recibido presiones, sobre todo por teléfono, para dejar de hablar de mí como lo hacen: dudando de las pruebas contra mí. Les han ordenado volver a la versión oficial o ya no escribir nada.

García Luna no tiene miedo de dirigirse a los periodistas de esa manera. Es un país peligroso para los que quieren hacer su trabajo con valentía. Anabel Hernández puede atestiguarlo. Recientemente, equipos de televisión se acercaron al domicilio de García Luna para investigar la manera sospechosa en la que financió su casa. El ministro los hizo detener acusándolos de preparar el secuestro de uno de los miembros de su familia.

No sé quien se preocupa primero, si Frank Berton o si mis padres, pero todos sienten que no estoy nada bien. Van a ser recibidos de nuevo en el Eliseo por Nicolas Sarkozy y esta vez se aseguran de que pueda participar de alguna manera en la reunión. Es un jueves, a principios del mes de julio. Frank me dice que llame a las 10:20, 17:20 en Francia. No es el número directo de la oficina del presidente y me preocupa un poco porque me pasan de extensión en extensión.

Al final escucho:
– Sí, Nicolás Sarkozy. ¿Cómo está Florence? Estamos en mi oficina con Frank Berton, Thierry Lazaro y sus padres, pongo el teléfono en altavoz.
Escucho su tono de voz molesto:
– Las cosas no están saliendo como lo pensamos, Florence. ¡Nos están tomando el pelo!
Alguien en su oficina le pide que no diga mucho, pero añade:
– Yo, Nicolás Sarkozy, le digo, Florence que no la defraudaré.
Esto porque sabemos que hay escuchas al teléfono, que sus colaboradores le hicieron una señal para que no fuera demasiado lejos. Sé que nos están escuchando, y también yo quiero decírselo, pero obviamente no hay nada que hacer:

– Sí, sé que nos están escuchando. ¡Pues qué escuchen bien!

Y durante dos minutos, habló sobre García Luna, y dijo que su intención era demandarlo. Lo escucho, esa determinación, esa manera de decir las cosas con tanta convicción, una vez más me transporto. Es increíble cómo me siento fuerte, de golpe me siento protegida. Parece una tontería, pero siento que ya no estoy en la prisión en ese momento. Creo que hasta cerré los ojos.

De hecho, cuando hablo con Nicolás Sarkozy, quiero comprenderlo todo –habla muy rápido y no lo puedo hacer repetir las cosas- tengo tanto miedo de no escuchar algo de lo que me diga, que olvido todo lo que está alrededor de mi. Es mi secreto. Nadie sabrá lo que él me dice. Cuando cuelgo, me cruzo con las otras detenidas y ellas no saben nada. Es mi protección, como un velo a mi alrededor.

Intento con todas mis fuerzas retener las palabras, con la mayor precisión posible para recordarlo la mañana siguiente, cuando me despierte.
El Presidente fue muy lejos esta vez. También habló de Luis Cárdenas Palomino, el brazo derecho de García Luna, ese que toda la prensa dice que tiene sangre en sus manos. Se cuenta abiertamente el episodio de un taxi, donde uno de sus amigos, asesinó a sangre fría al conductor porque no tenía cambio y el pobre hombre insistía que le pagara la carrera. Es Anabel Hernández, quien me dijo: «Palomino siempre ha encubierto a su amigo,» ella dijo. Y Nicolás Sarkozy, por teléfono también lo dijo deliberadamente: «Sabemos lo que hizo con el taxista».

Le sigo dando vueltas a todo eso y pienso que el presidente de Francia debía estar muy enfadado. A veces no sé muy bien qué pensar. Se la ha tomado directamente con el Estado mexicano: “Si tengo que decir que México es un país fuera de la diplomacia, ¡lo haré! Es inadmisible que no apliquen la Convención de Estrasburgo”.

¿Todo esto no recaerá sobre mí? Puede que esta vez no. Está llegando el verano y poco a poco me olvidarán. Antes de eso, quizás como reacción a la conversación telefónica que escucharon, vuelve a aparecer en televisión Ezequiel con Isabel Mirando de Wallace a su costado. No hay nada nuevo que decir pero seguramente le dijeron que insistiera. No es muy hábil, porque en respuesta a un periodista que le pregunta si se acuerda del día de su liberación, sin duda para inducirlo al error sobre el día de la reconstrucción en el rancho , empieza a ponerse nervioso y balbucea que no se acuerda.

– ¿Tal vez se acuerde de la hora? ¿Era por la noche o temprano por la mañana?

– Lo siento, me habían quitado mi reloj.

Está una vez más al borde del ridículo, pero eso no parece molestar a las autoridades, ni a una parte de los medios quienes sacan provecho de la conferencia de prensa. Pero otros periódicos se burlan y vuelven a publicar algunas de las incoherencias de sus testimonios. Por ejemplo, el 9 de diciembre por la mañana, el día del montaje, cuando simulan su liberación les dice a los periodistas que está casado y que es padre de un niño pequeño. Pero cuando fue secuestrado, su esposa estaba embarazada y todavía no había dado a luz. ¿Entonces cómo sabe que el niño nació, y cómo sabe que es un niño? ¿Lo dejaron asistir al nacimiento?

Los ánimos que me dan las conversaciones con Nicolas Sarkozy o con Frank Berton cuando siente que no estoy muy bien y endurece la voz, son lo poco que me ayudan a seguir. Como cada verano, me espera el olvido, pero ahora lo comprendo. Debo decirme que la vida no se detiene porque Florence Cassez está en prisión. Cada uno tiene su existencia, su familia y son las vacaciones. Se me ocurre mandar algunas postales, para mostrar que todavía puedo sonreír, a algunos amigos que me apoyan para agradecerles por todo lo que hacen. Por mi lado sigo recibiendo muchas. Recibí tantas postales y tantas palabras de apoyo después de la iniciativa de la alcaldía de Bethune quien pidió a sus habitantes mandarme postales del campanario. El comité de apoyo, siempre pensando en nuevas iniciativas, lanza la idea de una postal de parte de los que se van de vacaciones de verano. También recibí un nuevo correo de parte del ministro.

Pero un verano en el olvido es muy largo. En septiembre sé que debo reponerme: el psicólogo que me atiende en la prisión me anima a ello y siempre me da buenos consejos. Él es muy bueno. Sé que él me comprende y a veces tengo la impresión de que me cree. Nunca me lo ha dicho abiertamente, pero algunas frases, algunas insinuaciones me hacen pensar que puede que tenga la convicción de que soy inocente. ¿O tal vez solo quiero pensarlo? En todo caso, me sienta muy bien verlo regularmente. Es uno de los que me ayuda a aguantar y a no darme por vencida.

Hago esfuerzos y soy recompensada. Es Frank Berton al teléfono:

– Voy a ir a verla, Florence.

¡Qué bueno! Dentro de una semanita, sin duda, pero ya es algo. Me dice que trabajaremos en mi expediente porque algunos periodistas instalados en México lo han estado revisando y pareciera que han encontrado nuevos elementos a mi favor, a favor de mi inocencia. Presiento que está harto: nunca tuvo acceso al expediente entero que siempre se quedó con Horacio García con el cual ya no tengo mucho contacto. Y mi expediente nunca fue traducido al francés. Hay más de diez mil piezas y los especialistas dicen que tardaría cuatro años traducirlo y que costaría una fortuna. Entonces Horacio García le mandó alguna piezas que creía indispensables, las cuales Frank hizo traducir. Pero ahora parece que hay nuevos elementos.

Cuando llega se pone a trabajar enseguida.

– Quiero ver su expediente Florence.

Voy a buscar las piezas que tengo en mi celda y ahí nos juntamos los dos en la sala fría pero tranquila que han puesto a nuestra disposición para examinar los interrogatorios, las deposiciones, los testimonios fechados en 2005 o en 2006. ¡Cuanto me gusta me eso! Tengo la impresión de volver a vivir y una especie de esperanza que no controlo, se apodera de mí nuevamente y no tengo ninguna gana de frenarla. Hacía tanto tiempo que no me sentía tan viva. Berton esta exasperado, preocupado, expeditivo. Y eso me hace mucho bien.

Antes de que empezara el verano, ya habíamos encontrado una pieza esencial del expediente: un registro de entradas y salidas de la SIEDO, lugar donde nos habían llevado después de la reconstrucción en el rancho el 9 de diciembre de 2005. El registro prueba que Cristina Ríos Valladares y su esposo fueron a las oficinas de la policía de García Luna el 10 de febrero de 2006, es decir justo después de mi intervención telefónica en el programa de Denise Maerker, y justo antes de que cambiaran su versión de los hechos. Esta todo: sus nombres, sus firmas y las horas; fueron tres veces. Primero de 11:00 a 12:15. Una segunda vez de 19:31 a 21:38 y finalmente, en la mitad de la noche, de medianoche a 0:35. En ese lapso de tiempo también se menciona un tal Cristian Hilario, es el nombre de su hijo, entre 11:28 y 16:39.

– ¡Esta es la prueba! dice Berton. Los policías los convencieron de cambiar su versión y acusarla. Por eso nunca se hicieron actas de esos encuentros. ¿Qué quiere que escriban? ¿Que están creando falsos testimonios?

Obviamente estoy de acuerdo con él. Sobre todo, que fue también en esa fecha en que la pareja y su hijo se trasladaron a Texas, donde testificaron durante el juicio.

Frank Berton sigue examinando mi expediente y sacando piezas. Una vez, dos veces, tres veces, encuentra testimonios en los que se identifica con precisión la casa de Lupita y Alejandro, como la casa donde las víctimas fueron secuestradas. Primero Valeria Cheja Tinajero, una joven de 18 años que fue secuestrada del 31 de agosto al 5 de septiembre de 2005. Por ella, no pueden culparme: en ese momento estaba en Francia y regresé el 9 de septiembre. El 30 de diciembre de 2005, los policías la llevan a esta casa en Xochimilco y su declaración no deja lugar a dudas: “Reconozco el portón verde, el patio grande, el piso inferior, también reconozco el baño donde me retuvieron, el suelo, el color de los muros, el lavabo, el espejo”.

Este espejo es importante porque gracias a él, levantando la venda que tenía en los ojos pudo ver a uno de los secuestradores, el cual identifica como el jefe. Un poco más tarde la policía le presenta una fotografía de Israel parado al lado de su Volvo blanco y ella dice que podría ser él. Ella cree reconocerlo. En todo caso, ella está segura de haber sido secuestrada en un Volvo, aunque le parecía que era de un color gris claro.

El 26 de diciembre, Ezequiel es quien va a la casa de Xochimilco. Se declaración es idéntica a la de la chica: “Esta es la casa donde estuve encerrado. Reconozco el portón metálico verde, el muro de cemento sin pintar, las ventanas interiores de aluminio de color negro”. Hasta reconoce los cubiertos que usaba para comer. Es más, dos días después la policía regresa para nuevas perquisiciones y encuentra en la casa: la tarjeta de identidad de Ezequiel, su permiso de conducir, una tarjeta de fidelidad de una tienda y una tarjeta de presentación. En esos tiempos, Cristina Ríos Valladares y su hijo Cristian Hilario reconocen ellos también la misma casa donde estuvieron retenidos. Esta casa, que obviamente no es el rancho, ya que este se encuentra a más de 30 kilómetros.

Frank acaba de encontrar todas estas piezas mientras buscaba en mi expediente y está loco de ira:

– ¿Me puede decir por qué su abogado no pidió que Lupita y su novio de aquel entonces sean oídos en el juicio? ¿Esta casa es de ellos no? ¿Y nunca les preguntaron nada?

No, nunca. Es verdad que Horacio García pidió una vez durante el juicio, que Lupita quien estaba en la sala, subiera al estrado a testificar, pero se lo negaron y no insistió. Nunca hizo una solicitud escrita. Durante su estancia en México, Frank pedirá en varias ocasiones reunirse con Horacio García pero este siempre se lo negó.

Seguimos revisando mi expediente recogido por Agustín Acosta y encontramos más cosas increíbles. La declaración de Cristian Hilario quien dice haber escuchado la voz de su primo, un tal Edgar, durante su detención. ¡Y su madre lo confirma! Un día este Edgar le habría dicho a uno de sus cómplices: “Toma, aquí están las medicinas para mi tía”. Obviamente, no lo vieron por las vendas que llevaban en los ojos, pero reconocieron su voz. Y esta señora confirma que si tomaba un tratamiento, varias píldoras al día.

Este Edgar es el primo de los dos hermanos José Fernando y Marco Antonio Rueda Cacho. Andan juntos, llevan una vida loca, son presuntuosos y arrogantes y amigos de… Israel Vallarta y Alejandro Mejilla, el novio de Lupita. Tanto la joven Valeria, como Cristina Ríos Valladares o Ignacio Abel Figuera Torres, un comerciante secuestrado también a finales de 2005 y encontrado muerto a pesar del rescate pagado por su hermano, todos cuentan haber conocido a los hermanos Rueda Cacho antes de su secuestro. El hermano de Ignacio Figuera también los conoce. Según el expediente, hubo una orden de arresto contra ellos pero no hubo seguimiento. Sin embargo, todos los testimonios apuntan hacia ellos y son el único punto en común de todos los expedientes: todas las víctimas los conocen.

Sigo ahí con mi abogado que veo movilizarse, tomar notas y exasperarse de que nada de todo esto había sido presentado durante mi juicio… ¿Pero qué podemos hacer hoy?

Es como esa historia del casete que volvió la primavera pasada. Son imágenes de video vigilancia en las cuales se ve a Cristina Ríos Valladares haciendo compras tranquilamente… ¡dos días antes de su liberación ante las cámaras en el rancho de Israel! Mi madre le había hablado de ello a Frank Berton por primera vez en abril. Agustín Acosta y él hicieron todo lo posible para recuperarlo. Jorge Ochoa, mi primer abogado, quien pretendía tenerlo, pedía 30 mil euros. Intentaron todo pero Ochoa nunca entregó nada. Yo ya no creo en ese casete. Las piezas del expediente son sólidas pero temo que sea muy tarde.

Mis abogados no quieren oírme decir eso. Antes de que Frank Berton regresara a Francia a comienzos de noviembre, los dos vienen a la prisión para explicarme los recursos que pretenden interponer. Primero, queda el amparo final.

– Hay que construir un expediente sólido. No tenemos derecho a ningún error porque es el último recurso. Si no ganamos este, se acabó del lado de la justicia mexicana.

Después quieren que el Estado francés inicie una acción en la Corte Internacional de Justicia de la Haya, alegando que la Constitución mexicana fue violada en el momento de mi arresto el 8 de diciembre de 2005. Pero no existe ningún documento que pruebe que fue el 8. La policía no fue tan tonta, o ahora están escondiendo esos documentos. Sólo hay algunos testimonios débiles de personas que tal vez estén sido presionadas. Y está el testimonio de mi empleador, en el Hotel Fiesta Americana, que dice que trabajé sin falta todos los días hasta el 7 de diciembre. Y dejé de ir a partir del 8. Es una pieza importante.

También está la denuncia contra Genaro García Luna ante la justicia francesa por falsificación de pruebas. Puede ser peligroso pero Frank Berton parece estar decidido y yo ya no tengo nada que perder.

También se va a presentar un recurso ante la comisión de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia en México, por el hecho de que ya no me dejan contactar periodistas. Es totalmente injusto porque en México los prisioneros tienen derecho a ello y hasta hay teléfonos de acceso libre en todas las prisiones. ¡Soy la única en todo el país que no puede llamar a quien le da la gana! Y si vuelvo a crear problemas, me mandan de vuelta a Santa Martha…

Y para terminar se va a preparar un expediente que será presentado ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, equivalente a nuestra Corte Europea. Agustín se encargará de ello: hay que ir a Washington para encontrar a un abogado especializado y hasta se quiere poner a estudiar una formación que le permitiría dominar este proceso de suma importancia para mí. ¡Una formación de seis meses! ¿Cuánto tiempo más puede durar esto? Me encanta que todavía tengan tanta energía y siempre la voluntad y la ambición de sacarme de ahí… pero, ¿ocurrirá por fin? Mientras estaban los dos conmigo en la sala de visitas de la prisión, entendí lo que me estaban diciendo: “Florence, esto ya no es a corto plazo”. Lo escuché sin decir nada, pero ¡Dios mío que duro es oírlo! Ya llevo aquí cuatro años y quiero pensar que no pasarán otros cuatro. ¿Pero cuánto tiempo será? Quiero creer que lo más difícil ya pasó, con tal de que no regrese a Santa Martha. Sería el colmo: el penitenciario está en ruinas, y están evacuando a algunos detenidos. Muchos están viniendo aquí. De 120 pasamos a 360 en pocos meses. Como es de esperarse las condiciones se degradan.

Estoy agotada. Tan cansada de esos gritos que suenan todo el día y que se han convertido en un ruido de fondo. A veces me dan escalofríos cuando vienen del subsuelo, ese lugar que todos los prisioneros temen. Todo eso ha entrado en mí y puede que no salga nunca. Me marcará de por vida y sin duda me costará mucho recuperarme.

Poco a poco voy soltando cosas. Hago concesiones a mi resistencia. Me dejo crecer el pelo como una señal del paso del tiempo y ahora me llega hasta el final de la espalda. Ya no me maquillo, no me pinto las uñas y tampoco me rasuro las piernas. ¿Les parecía admirable que todavía me sujetaba a eso? ¿Pero de qué puede servir? Ya no puedo ser fuerte. No si es para vivir así…

Cuando por teléfono llamo a mi casa o a amigos, me pregunto si se pueden imaginar el abismo que hay entre nosotros. Ellos en sus salones, sentados en un sofá y yo parada contra una pared o de rodillas en el suelo porque el cable del teléfono es demasiado corto. A menudo pasan hombres, obreros por grupos de cinco o seis, que se paran a mirarme y reírse, me humillan. Y detrás de la pared, esos gritos de mujeres y por todas partes centenares de moscas.

Me dicen: “Aguanta, un día te tocará a ti, ya verás.” ¡Pero esa frase es insoportable! Cuando solo se piensa en eso, mientras se duerme, se come, es insostenible. Hace demasiado tiempo que estoy desfasada con el exterior. Demasiado tiempo que tengo la impresión de que nadie me entiende realmente. Todo lo que vivo, todo lo que sufro. Y ahora ya estoy condicionada. Luché durante mucho tiempo para no ser como los demás pero poco a poco fui cediendo. El sistema es demasiado fuerte. Antes no dejaba pasar las injusticias y la corrupción en la prisión. Lo decía fuerte y claro, pero ahora ya no tengo energía. Eso es exactamente lo que quieren: que mantengamos un perfil bajo. A veces vienen empleados de la administración para hacer encuestas y para hablarnos. Cuando me preguntan porque estoy aquí, me esfuerzo de decir que me acusan de secuestro, injustamente, para seguir defendiéndome. A veces estoy tentada de decir simplemente: “Estoy aquí por secuestro”, Pero habrían ganado. Me di por vencida… Solo me queda una riqueza: mi inocencia.

38 comentarios en “A LA SOMBRA DE MI VIDA – el libro de Florence Cassez dirigido a los Mexicanos : extractos exclusivos

  1. Quisiera que Florence sepa que somos muchisimos Mexicanos los que sabemos que ella es completamente inocente, LA APOYAMOS y estamos muy atentos al desenlace de esta historia; Lo que no puede hacer Florence es perder las esperanzas ni dejarse caer o enfermar (que seria muy conveniente para el mal nacido de Margolis y sus lacayos como Garcia Luna).
    Todos nosotros votamos por el PAN y por Felipe Calderon. Lo hemos apoyado siempre en la lucha contra la delincuencia. Pero gracias a Florence nos estamos dando cuenta del gran negocio de armas, desde Israel, que se pretende encubrir con la cinica complicidad de las televisoras.- y el torpe manejo de la presidencia al caso CASSEZ, la descarada consigna contra Ella y ahora confirmado por el relato en el libro de Florence, hace sospechar aun mas dicha complicidad.-
    En las redes sociales ya se esta distribuyendo el plan completo de desintegracion de nuestra economia (ver link) que se ha estado llevando a cabo y desgraciadamente le toco a Florence ser, involuntariamente, la que nos abriera los ojos.
    Definitivamente, ninguno de nosotros volveremos a votar por el PAN si no cambian las cosas en el caso CASSEZ para bien antes de Julio.
    Por otro lado coincidimos con el abogado de Florence que lo de ayer fue un avance muy importante pues pareciera que los magistrados estan tratando de darle una salida «politicamente correcta» a toda la sarta de errores y atropellos que se cometieron en este caso.
    Mucho animo, Florence!…. NO ESTAS SOLA!!.

  2. que muy pronto se descubrira todo los que hizo genaro garcia luna el intocable
    pensar que solo por el dinero mete gente inocente a la carcel asi le va ir a el

  3. Historia muy conmovedora, lo que si es verdadero es el asco del sistema político y judicial que tenemos en México. Es una lástima la cantidad de personas inocentes en las carceles.

  4. La mamá de Florence se vió muy decente al decir que no le guarda rencor al sistema Judicial Mexicano y que no todos los Mexicanos son corruptos. La verdad, a nombre de todos los Mexicanos le agradecemos mucho que no haya dicho lo que nos merecemos que nos recrimine por los 7 años de vida que le arrebatamos a su hija injustamente por lo que pienso que la Sra. Cassez es toda una dama al dejárnosla «barata» con su comentario.
    Ojalá Florence algún día pueda perdonar a este país bananero por haberla tratado como la tratamos. Ojalá también entienda que no todos creímos la historia de la perversa secuestradora mocha dedos y orejas y que siempre supimos que era inocente. Desgraciadamente vivimos atrapados en este sistema y es poco lo que se pudo hacer desde nuestras trincheras para reducirle la pena que ya pagó por algo que no hizo.
    Así que una vez quisiera mandar una sincera disculpa a Florence, su familia y su país completo por la pésima actuación de corruptos funcionarios de nuestro gobierno.
    Ojalá algún día, Florence pudiera filtrar información a las redes o a los medios sobre las verdaderas actividades de tío Margolis en nuestro país. Su relación con el crimen organizado, el lavado de dinero, el financiamiento de las campañas del PRI, el secuestro y asesinato de personas y el desaparecimiento de opositores al «nuevo orden», etc.
    Su libro ayudó para que ciertos «inversionistas» le pusieran «precio» a la cabeza de Margolis, así como otros prominentes judíos sionistas como los SABA, los KOHEN, los JASQUI, los SALINAS PLIEGO y muchos mas, que fallecerán misteriosamente en las próximas semanas, conforme terminamos de recopilar datos sobre sus diferentes grados de participación en esta gran conspiración contra México.
    Así que gracias, Florence, por ¡ayudarnos a abrir los ojos!.

  5. A ver no sean tontos porfavor ella es una secuestadora! No puede ser que la apoyen estas si son unas babosadas me dan asco con tan solo saber que sean mexicanos. A ver que sentirian si esta vieja loca les secuestrara a su familia y les mandara sus dedos para pedir rescate e?! Primero piensen antes de publicar una página sobre una persona asi.

  6. Muy buena historia para que sirva de ejemplo a las chicas que apenas conocen a un sujeto y dan todo por el, no saben que el hombre es el ser mas perverso que existe en la tierra.
    Te creo Florence, y que bueno que ya estas lejos de esta mugre justicia mexicana, y sobre todo que los dejaste berreando y culpando a cuanto peñejo se les ocurre, así será siempre hasta que «alguien» llegue y cambie este cochinero aun a costa de su vida, sera posible?

  7. Lo primero que les debe dar asco es ser Mexicanos y permitir que una rata rastrera como lo es Genaro Garcia Luna este libre y en 7 años no lo hayan cuestionado por su peñejes, la cual pudo dejar libre a Florence desde entonces o purgar la pena que le habián impuesto ya sin ninguna objeción, y mas aun, sus excelentes magistrados de la suprema corte de justicia que son una copia estúpida de P. Pilatos solo se les ocurra decir, no es inocente, ni culpable y a un ignorante ejecutivo de la nación decir que el respeta las decisiones de las instituciones! jajaja, pobres mexicanos, estamos jodidos.

  8. Me da mucho gusto por ella y por sus papás!! Imagino la felicidad que están viviendo! Qué pena que la mayoría de los mexicanos sigan escuchando solo la versión de las televisoras… La gente solo cree las telenovelas que se inventan… Que pena que todos estén diciendo que tienen miedo de que estén dejando libres a los «secuestradores» cuando detrás de estas historias hay gente horrible, asquesosa y sobre todo muy poderosa… Lo que le pasó a Florence nos podría pasar a cualquiera. Lástima que ella anduvo con la gente equivocada. Firmemente creo que es inocente…. Investiguen antes de juzgar!! Que bárbaros!! México está lleno de ignorancia :´( eso si es triste!! Chequen los videos en youtube de su salida del penal y chequen la actitud de las «supuestas víctimas». Una Michelle Valadez….Más falsas no pueden ser! Esa gente pagada si debería estar en la cárcel!! Las víctimas pagadas! Esas si ensucian a México!!

  9. si es inocente o culpable solo ella lo sabe,lo bueno y lo malo siempre se paga o se recompensa,el tiempo nos dara la razon de la absoluta verdad, lo que si se que tarde que temprano todo lo malo que hagas en la vida de alguna manera se paga y ante la justicia divina nadie se escapa pues en ella no hay corrupcion. De mi parte yo no estoy ni a favor ni encontra de nadie. LA JUSTICIA DIVINA ES LA MEJOR OPCION Y ES LA QUE SE ENCARGARA DE PONER A CADA UNO EN SU LUGAR, SIN TINTES POLITICOS NI PALANCS ,ATROPELLOS NI NADA QUE SE LE PARESCA

  10. Estoy de acuerdo, LA JUSTICIA DIVINA ES LA MEJOR OPCION, solo Dios sabe la verdad en este caso, el corazón y los sentimientos engañan, solo sabemos que esta mujer tiene todos los recursos económicos y a los pobres ni quien los (nos)defienda, mucho menos un presidente, como parte de un grupo de élite, ni viven en la carcel como ella vivió, ojala que no vuelva a pasar algo así. Dios los perdone.( a quienes sean culpables)

  11. Mmmmm tu comentario en muy banal, la justicia divina no existe aquí en la tierra, ella debió ser investigada primero,( no por ser novia de un delincuente ya eres delincuente también) con todos sus derechos, y si le hubieran demostrado su culpabilidad, (sin montajes ni testigos falsos, (ya todos cambiaron su versión varias veces) la la hubieran enjuiciado, pero desgraciadamente en México los que imparten la justicia son mas lacras que los mismos delincuentes porque están protegidos por su puesto y sus padrinos, sino diganme que le han hecho a García Luna, quien por cierto ya vive en Miami Florida y se esta riendo del berrinche de sus connacionales.

  12. Cuando supe de la detención me alegré e inmediatamente pensé que era culpable. Me parecía increíble que nuestras autoridades se habían puesto las pilas pero pensé que era verdad. En cuanto supe que todo fue un montaje asumí de inmediato que esta muchacha era inocente. Aquí en México se estila que agarran al primero que se les aparezca por un lado y ya lo dan por culpable sin antes pedirle que declare algo. Me pareció injusto que pasara tanto tiempo en el cárcel. Como dice ella: ¿porque los secuestradores que hablaron son gente pobre? no se supone que deben tener una lanota así como los meros meros del narcotráfico. No es posible que exista gente que todavía cree en nuestras autoridades. Ay García Luna, qué quemadota nos diste.

  13. TIENES RAZÓN VERO. Y LO MAS PREOCUPANTE ES QUE ESTE SUJETO ESTA LIBRE, Y EN UN TIEMPO, CUANDO ALGUNO DE SUS PADRINOS «LO LLAME», ESTARÁ PRESTO PARA SEGUIR HACIENDO DE LAS SUYAS, >DELINQUIENDO<. ESPERO QUE NUESTROS AMIGOS DE (MÉXICO POR FLORENCE CASSES) CONTINÚEN CON ESTE BUEN GESTO DE AYUDA A TANTOS MEXICANOS QUE ESTÁN EN LAS MISMAS O PEORES CIRCUNSTANCIAS, SALUDOS.

  14. SOMOS MUCHOS LOS MEXICANOS QUE A LA PRIMERA NOS DESLUMBRAMOS CON LO QUE DICEN LAS TELEVISORAS O ALGUNOS PERIODISTAS, TENEMOS QUE INFORMARNOS BIEN SI QUEREMOS DAR UNA OPINION DEL CASO DE FLORENCE, PERO COMETIMOS EL ERROR LA OPINION PUBLICA DE DESTROZAE A UNA JOVEN QUE POR EL SIMPLE HECHO DE NO SER MEXICANA Y ESTAR EN EL LUGAR EQUIVOCADO FUI VICTIMA DEL SISTEMA JUDICIAL DE ESTE PAIS QUE COMO TODOS SABEMOS ES DE DAR MIEDO. TODAS LAS BENDICIONES PARA FLORENCES. ATTE. UN MEXICANO QUE LA ADMIRA

  15. Yo creo que florence es inocente por lo que he leído, sólo hay una cosa que me salta un poco y es un depósito por 50 mil o 20 mil pesos (no recuerdo la cantidad exacta) que no se pudo comprobar de donde había salido, ya que ella ganaba entre 6 y 8 mil al mes. Es la única cosa que me ha parecido rara y que jamas se ha explicado porque se le hizo ese desposito, fuera de eso creo que los testigos cambiaron sus testimonios y suenan a mentiras

    • Lo más probable para explicar ese depósito de 50000 es que sus padres se los hayan mandado… No podía recibir dinero por un secuestro que no había cometido ya que el depósito sucedió antes de los 3 secuestros (falsos, simulados) por los que fue acusada.

  16. Yo pedi el libro a libreria el sotano y aun no me lo entregan, aun no puedo dar mi opinion estoy tratando de entender todo este enredo.
    Y alguien sabe del supuesto novio que dejo florence en Méxic?

    • Avísanos si tienes dificultad para conseguir el libro.
      Lo del supuesto novio de Florence, la verdad es que no lo sabemos. Me parece más invento de los medios para publicar algo sensacionalista en el momento de su salida.

      Un abrazo

  17. ahora resulta.. que para demostrar tu inocencia se requiere de la presión política de un pais. y no la verdadera justicia. a todas luces. la manipulacion de desinformacion es tan brutal que los malvivientes resultan inocentes siempre , y hasta hay que pedirles disculpas y pues si a esas vamos ,122 hombres y 47 mujeres han sido detenidos y acusados de diversos ilícitos. en francia. sean los que hayan cometido entonces por lo que sea si se usan a estos individuos que estan en la carcel como bandera politica. es valido pedir su libertad?. no señores. hablan de asco muchpos y se conduelen de esa serpiente .. que noble la madre de una secuestradora. que no guarda rencor.. rencor a que a que liberaron a una psicopata..al fin y al cabo es su angelito..es ridicula la forma en que reaccionan. por seguir aun maldito.. aja..pobrecilla como no tiene cerebro para tomar sus deciciones.. señores mios .. la maxima en cualquier derecho.. es ..el que desconoscas la ley no te exime de ella.. asi que no salga con su parafraseo de que es una pais injusto.. si lo es…. por casos com el de ella .. donde salen libres.. por estupideces. y resultan victimas..

    • Ponte a pensar un poco antes de comentar.
      Florence Cassez no salió libre por estupideces sino por violaciones gravísimas a los derechos fundamentales que nos protegen a TODOS. Esas mismas violaciones que viciaron todo el proceso. En otras palabras, la sentencia de culpabilidad se basaba en mentiras, falsedades.
      La barbaridad es eso: vivir en un país donde hay leyes que los funcionarios públicos violan con vistas a encarcelar a inocentes.
      Saludos

  18. Yo siempre creí en la inocencia de esta mujer,y me da pena que la justicia,casi siempre llega cuando dañan demasiado a las personas,enhorabuena que esta Florence en casa con su familia y que pena que se lleve un terrible recuerdo de México,recién leí un libro de un periodista de la revista Proceso y deja todo muy claro para que entiendan que fue lo que paso realmente.

  19. Es una desgracia que el México de la Diplomacia, el que fue un paladín en la negociación de las 200 millas de la Zona Económica Exclusiva y del Tratado de Tlaltelolco, haya caído tan bajo por las decisiones viscerales del ocupante provisional de Los Pinos. Si al menos se hubiera aceptado Estrasburgo, hubiera abandonado el país como culpable y sería la responsabilidad internacional de Francia el decidir que hacer con ella. Como Diplomático, es una vergüenza que esto haya sucedido. Por otro lado, como Abogado, la vergüenza es aun mayor. El juicio fue una marranada, disculpen, pero no hay otro calificativo, es tan malo o peor que el de Jacinta y las otras dos pobres mujeres, que su único delito fue ser indígenas, mujeres y pobres, aunque ahí si, todos dijimos que qué bueno, porque son nacionlaes y no sentimos «ofendido» el patrioterismo que padecemos, pero al final, son ejemplos de lo mismo: la fabrica de culpables que es nuestro sistema judicial, genuflexo al poder y ajeno a la ley, ni que decir a la Justicia. Celebro la libertad de una inocente aunque es lamentable que los responsables no sean sancionados. Concuerdo, y así lo enseño en cátedra, que este caso y el nombre de Florence, algún día serán reivindicados como un hito histórico y el principio del fin de esta pesadilla kafkiana que hoy en día son nuestros tribunales.

  20. Sin lugar a dudas Florence Cassez es inocente, y su historia, es una más de las miles o millones de historias que vivimos en carne propia la mayoría de los mexicanos, todos los días, víctimas de un sistema permeado por la corrupción y el olvido de nuestras máximas autoridades. Se buscan chivos expiatorios para justificar un trabajo de investigación científica que no existe en nuestro país. Como el de ella, han habido casos iguales o peores, pero que no han tenido el alto perfil y apoyo decidido del Gobierno. Hay gente inocente que se ha muerto en las cárceles, esperando que el Estado pruebe su culpabilidad, o que se les haga justicia. Esperemos que estos casos se disminuya, aunque lo ideal es, que nunca se presente un solo caso más, pero creo que es mucho pedir. Saludos.

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